Una respuesta coherente

P. Milko René Torres

Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza. Desde la óptica del amor y de la fe, la familia se ha convertido en punto de llegada y de partida. Ha recibido autoridad y poder para ejercer un modo de gobernar su mundo con equilibrio y justicia. Para respirar el aire de libertad. Como en un aeropuerto, estación de tren, o de autobuses, la vida se empapa de tantas escenas.

A veces, sorprende una lluvia fina. La Historia de la Salvación contiene varias etapas en las que Dios se presenta como camino y guía. En las últimas semanas hemos caminado en el bosque de los profetas. Cada uno, con su carácter, carisma, personalidad. Ezequiel rompe paradigmas. Exhorta a su pueblo, que vive en el momento más difícil de su historia, el exilio, a dejar de lado una conciencia colectiva de culpa para asumir su responsabilidad personal ante la realidad que le afecta. Una verdad que se confronta con la nuestra. Quienes sintonizamos con la visión teológica de este profeta tenemos que colocar la mano en el pecho para hacer el examen de conciencia. Dios está presente, aunque muchas veces hemos querido negarle su cercanía. Dios, en su Hijo, se hizo uno de nosotros. Es el espejo en el que debemos mirarnos. Impacta la fuerza espiritual de Pablo. En la carta a los Filipenses navegamos en el misterio de donación y gratuidad de Jesús. Por este motivo, recibió el “nombre sobre todo nombre…” La dignidad que nos fortalece no es la de los hombres que se endiosan. Que transpiran egocentrismo y violencia. Que han endurecido su corazón. En ellos, murió la solidaridad. En el Reino de Dios triunfa la misericordia. De hecho, san Mateo introduce un tema provocativo. Los negligentes ingresan, sin más, al banquete de la salvación. El padre y sus dos hijos viven un drama. En la vida de fe prevalece el discernimiento, suma de compromiso, decisión y voluntad. Uno, dice que sí y luego no va a trabajar a la viña. El otro, dice que no, pero recapacita, valora el imperativo del padre. Va a trabajar. ¿Qué importa aquí? El compromiso, la coherencia, la resiliencia. En los dos hijos, más allá de los contrastes, se esgrimen muchas enseñanzas. No podemos quedarnos en la tibieza espiritual. Es peligrosa, como una plaga que carcome y mata sin demora. La conversión llega en el momento oportuno. No hay otra opción. ¿Quiénes se abren a la gracia? Los limpios de corazón. Aquellos que se dejan llevar por la acogida a la invitación que viene de la voz del Padre. De quienes escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Como María, Madre y modelo de sabiduría. Para Dios cuentan quienes aman la viña, la casa paterna. La misión. En ellos, la respuesta es radical. Jesús confirma la gravedad del compromiso: “Si me aman guardarán mis mandamientos. Quien guarda mis mandamientos es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, yo le amaré y me manifestaré a él… El que no me ama, no guarda mis palabras: y la palabra que habéis oído, no es mía sino del Padre que me envió”.