Cambio y desarrollo social

Juan Luna

El desarrollo industrial, del mercado y la tecnología, marcan una nueva historia humana, social y del capital, desde el norte, comenzó a llamarse globalización, mundialización del capital y una obsesiva tendencia al consumismo que emerge desde la publicidad, elementos que, en su conjunto, han logrado que todo se vuelva incierto, cambiante y, desde luego, descartable. Nada hay estable y permanente, cada vez el relativismo inunda todo espacio y las personas y las cosas son buenas mientras nos sirven, de lo contrario, se las descarta.

El gran filósofo de la modernidad Zygmunt Bauman, habla de que vivimos una sociedad líquida, todo vale, y a la vez no vale nada. Bauman, señala así una reticencia de la gente a asumir responsabilidades o compromisos duraderos, al contrario, por el crecimiento de las tecnologías de comunicación que lo han invadido todo, nos ha ubicado en el campo de la instantaneidad y lo banal, desechando así los referentes de identidad e integridad, para ubicarnos en lo global.

Dentro de esta lógica de pensamiento y acción, en un entorno de una pandemia mortal, que bordea ya los dos años, el capital que fomenta el individualismo va ganando espacio y ha resucitado la teoría darwiniana de supervivencia de los mas fuertes. Por un lado, un reducido grupo que se beneficia del statu quo, del confort del modelo en donde han crecido sus riquezas y por otro, los descartados, desheredado, los que no cuentan y que son invisibilizados de las grandes cadenas de comunicación.

En este entorno la educación de los niños, niñas y adolescentes ha sido uno de los más perjudicados, su ausencia obligada de las aulas, la falta de conectividad y de tecnología no refleja un nivel de aprendizaje adecuado y sobre todo, tardarán muchos años para nivelarlos y recuperarlos. A ello se suma el desarrollo social y emocional afectado en grandes dimensiones, pues, la niñez y adolescencia, se ha visto impedida de estar cercar de sus pares, no solo por el entretenimiento, propio de su edad, sino por el desarrollo del pensamiento en la primera infancia, cuya fuente es la socialización y la conexión entre sí.

Si la socialización es la fuente primigenia del desarrollo cerebral y de pensamiento, no sería extraño que la niñez de este tiempo de pandemia sufra un debilitamiento en sus aspiraciones para avanzar en sus estudios o aspirar a trabajos que estén relacionados con el contacto social, precisamente, porque la exposición social espontánea es favorable para la convivencia social y armónica.

Al cerrar las escuelas, que, en los inicios de la pandemia tuvo su razón de ser, pero luego, al mínimo rebrote, nuevamente se las cierra, nos sumerge en una hipocresía social, ya que, la responsabilidad por la bioseguridad no es únicamente de gobernantes, sino de todos; con cerrar los centros educativos no se evita el desarrollo del virus y sus variantes, hay que educar, concienciar y actuar con justicia y solidaridad para cuidarnos entre todos en la casa, en la calle, en la escuela, en el trabajo y eso atraviesa por un conjunto de valores que se deben profundizar con la humanización del ser humano, cuya fuente de inspiración está en la familia y prosigue en la escuela.