La ética destaca la importancia de las virtudes en la persona, entendidas como potencialidades o niveles de excelencia. El objetivo de la ética en la persona es lograr una vida activa, estar en acto, lo cual consiste en que la persona desarrolle las virtudes hasta lograr una conducta libre y responsable orientada a la realización del bien mediante el cumplimiento del deber.
En sentido contrario, cuando la ética y las virtudes se ausentan de la persona, esta genera una vida inactiva o pasiva, carente de pensamiento crítico, que la lleva a ser presa fácil de la dominación o la manipulación. El sabio griego Aristóteles establece analogías para mostrar la importancia de la ética en la persona y señala que las personas viven dormidas y que pocas de ellas logran despertar. La analogía es clara, las personas viven en la ignorancia y de ellas, pocas, consiguen escapar de aquella mediante la luz del conocimiento. De esta manera, por medio de la ética, la persona dispone de la capacidad para actuar correctamente como miembro de la sociedad. Ser miembro de una determinada sociedad, supone desarrollar el sentido de identidad y pertenencia al lugar en el que se interactúa socialmente; implica desenvolverse con responsabilidad, lo cual nos conduce al meollo de la sociedad y a la participación política. Para lograr esa actitud de compromiso y participación, se requiere de una sociedad virtuosa. El “ciudadano virtuoso” es aquella persona libre y bien formada, con capacidad crítica, que actuaba con ética y responsabilidad, participando en las decisiones de su sociedad. Si bien la política establece cuáles son los fines del gobierno, es de señalar que dichos fines sólo se cumplen donde existen buenos y justos gobiernos. Pero si los gobiernos son injustos, los fines de la política se tergiversan, se desvían hacia fines personales o de grupo. Es pertinente entonces recordar que la política, cuando se acompaña de la ética, tiene los siguientes fines: el bien supremo de la persona o bien común; formar personas virtuosas; gobernar con justicia; garantizar la libertad de la persona; garantizar la seguridad y protección; satisfacer las necesidades básicas (alimentación, salud, educación, vivienda, trabajo). La suma de todos los fines o fin supremo es alcanzar la felicidad de los miembros de la sociedad. Aristóteles advierte que para que exista armonía entre los miembros de la sociedad, se requiere contar con personas virtuosas. Pero, ¿qué es una persona virtuosa y cómo se logra llegar a ello? Es aquel que ha logrado interiorizar valores y se acompaña de todos estos en su actuar. En el plano de las relaciones políticas entre los hombres, no se puede hacer nada sin que haya hombres de mérito moral. Y mérito moral significa estar en posesión de las virtudes. Es, por consiguiente, necesario que quien quiera alcanzar o conseguir algo en orden de la política sea hombre de buenas costumbres. La ausencia, omisión o ignorancia de valores éticos (justicia, libertad, equidad, prudencia, paz) en cualquier sociedad genera de inmediato el surgimiento de antivalores (injusticia, dominación, ambición, codicia, imprudencia, violencia) que se reflejan en prácticas corruptas. El incremento de la corrupción desde finales del siglo XX y lo que va del presente siglo, ha provocado que las alarmas se enciendan y que la (ONU) haya declarado que “en ninguna época de la historia de la sociedad ha existido tanta corrupción como en estos días”. El fenómeno de la corrupción, cuya magnitud mundial no tiene precedentes, carcome todo lo que toca: medio ambiente, salud, justicia, cultura, etcétera. En el caso de Ecuador, la desintegración del tejido social se debe precisamente a la pérdida de valores y, por ende, al surgimiento de los antivalores mentira, deshonestidad, demagogia, injusticia, desconfianza. En el curso de la historia, la educación y los valores éticos han sido el soporte, fundamento y catapulta de las grandes culturas al generar desarrollo político, social, económico, cultural, técnico y tecnológico en lo social, así como sentido de justicia, libertad, prudencia, solidaridad y espíritu de colaboración en lo individual. Una educación para la sociedad se acompaña de ética. Entonces ética, política y educación se conjugan en su propósito de formar en toda persona una conducta íntegra, con conciencia y respeto a su entorno, con valores que le acompañen en su actuar cotidiano como miembro de una sociedad.