El cálido cobijo de un libro leído

Galo Guerrero-Jiménez

El cálido cobijo que un libro nos puede brindar desde el silencio que dice mucho en cada página o en la pantalla de algún dispositivo electrónico, es impresionante si hemos logrado adentrarnos en el alma misma de cada palabra que respira al vaivén de un lector ávido por aprender, por disfrutar y darse cuenta que, conforme avanza en el contenido, bien sea literario, científico, filosófico o de ensayo, según sea el interés de cada lector, le aparecen en su cerebro nuevas visiones del mundo; se trata de una concepción fenomenológica hermenéutica, interpretativa, analítica, de reflexión, de diálogo con el texto, e incluso de pensamiento crítico que se despierta en ese lector en la medida en que tiene dominio del tema y, ante todo, interés; situación que, por supuesto, solo es posible gracias al grado de sensibilidad emotivo-intelectual que el lector va logrando paulatinamente, dada la motivación enorme que tiene para leer ese texto y no otro, sino solo aquel que a él y a nadie más le interesa leer con afán, con entusiasmo y con la libre disposición de haber escogido esa lectura por su cuenta, sin que nadie lo obligue.

Desde esta actitud dialogante, de entrega total a ese espacio exclusivo, íntimo, aparece un ritual de lectura gracias a la disposición cerebral que se va moldeando a las circunstancias contextuales que el lector las ha creado estética, ética y exclusivamente para ese momento amoroso, dichoso, ordenado y esperado psicolingüísticamente; pues, “la asombrosa plasticidad, curiosidad y frescura del cerebro va creciendo en el aire de las palabras que los maestros y los padres puedan mostrar, explicar, hacer amar” (Lledó, 2022) en el contacto diario con el lenguaje al conversar, de manera que, cuando el lector que aún está dando sus primeros pininos en el arte de la lectura, en efecto, aprenda a enamorarse de esos espacios de lenguaje escrito, “solo si aprendemos a construir esa lengua que somos, empezamos a entrar en el verdadero territorio humano, en el territorio de la libertad. De esta lengua matriz sí que somos responsables, de esa lengua que nos habla, que nos convierte en habla. Una lengua que encarna en nuestra pequeña vida individual la larga experiencia de la decencia y la areté que había soñado el filósofo griego como ideal de los seres humanos: ‘hablar para que te conozca y sepa quién eres’” (Lledó).

En verdad, el hecho de hablar para que los demás me conozcan y sepan quien soy, tiene un poder axiológico exquisito que solo se lo gana a punta de esfuerzo, de educación y de un interés muy exclusivo para adentrarme en la palabra del otro que habla o escribe y que yo escucho y proceso mentalmente, pensando en la efectividad que puede tener en mí ese condumio de lenguaje que me fortalece la intelectualidad, la emocionalidad y el espíritu, tanto como estudiante, como profesional o como un humilde ciudadano de a pie, desde luego si, en efecto, estoy dispuesto para ello y, ante todo, porque, “leer libros significa hacer propia una experiencia mediática que está en contra del espíritu predominante de nuestros tiempos: significa tranquilizar el cuerpo y el espíritu y apartarse de las omnipresentes pantallas” (Kovac, 2022) en donde pasamos horas y horas, quizá consumiendo el tiempo desde la lectura global, dada la cantidad de información que hay y que, por lo tanto, no me permite detenerme a leer con profundidad los temas que tendría que leerlos, sino apenas el tiempo relámpago de la vista que rápidamente le imparte una mirada superficial a esos contenidos de letras e imágenes.

De ahí que, debe haber un esfuerzo personal para buscar un tiempo exclusivo, el que usted crea pertinente, para abandonar la pantalla de un dispositivo por un tiempo determinado, para leer en físico un libro o un tema breve, pero que sea de su predilección, aunque, siempre es recomendable, uno de literatura, el cual debe ser leído en profundidad. Recuerde que, “el soporte en el que leemos también influye en el modo de lectura, pues en papel solemos leer de una manera distinta a la que practicamos cuando leemos en una pantalla” (Kovac, 2022).