Galo Guerrero-Jiménez
Nuestra psiquis se forma en la medida en que logramos crear espacios simbólicos del conocimiento que recibimos de los demás, es decir, de la otredad. Por eso, cuando los demás están bien formados, y uno acude a ellos y los toma como modelos, como referencia para nuestra formación, la psiquis nuestra se robustece, adquiere un potencial intelectual, emocional y espiritual lo suficientemente equilibrado como para enfrentar la realidad cotidiana desde nuestra condición particular, de la mejor manera que le sea posible a nuestra personalidad, a nuestro yo, para responder a través de dos herramientas mentales que tiene nuestra conducta humana: la cognitividad y la lingüística. Pues, con ellas, si la psiquis funciona de manera altamente consciente, la comunicación humana estará cumpliendo su mejor expresión simbólica, axiológica, hermenéutica, estética y metalingüísticamente en el amplio proceso de contacto que mantenemos con los demás y, por supuesto, con uno mismo.
De ahí que, tal como lo sostiene Evelio Cabrejo Parra, “sin la otredad los procesos de identificación no serían posibles, dado que identificarse consiste en tomar algo que pertenece al otro para integrarlo en su mundo interior” (2020); desde luego, la otredad funciona si nuestra psiquis se dispone a ser partícipe de esa identificación simbólica de conocimiento. En efecto, “la otredad se refiere a un espacio simbólico que permite crear la diversidad de procesos culturales que participan en la construcción psicosocial del sujeto humano” (Cabrejo, 2020).
De esta manera, el ser humano no adquiere vida solo por el hecho de haber nacido, sino que, para que pueda realizarse como ente existente, la vida la adquiere desde la humanización y socialización de la otredad que emite construcciones psíquicas que el otro las capta, las procesa fenomenológicamente y las interioriza para robustecer su condición humana. Así sucede con el recién nacido, cuyo primer contacto comunicacional psico somatizado lo recibe de su madre, de su familia; luego de los contactos en la educación escolarizada, con sus amistades y maestros. Y Así, dependiendo de con quien tenga contacto en el trayecto de su vida, obtendrá magníficos o malos modelos de vida psíquica para su proyección personal a través de la oralidad, de la escucha, de sus procesos lectores y de escritura que le sean factibles tener acceso.
Desde esta óptica, el primer modelo psíquico es vital para el desarrollo posterior del recién nacido, el cual “no tiene palabras, pero tiene la facultad del lenguaje que le permite participar corporalmente en la construcción de sistemas de comunicación madre-hijo. Además de proporcionar los alimentos biológicos, una madre disponible psíquicamente le habla a su bebé como si él comprendiera, lo acaricia verbalmente con entonaciones (…) creando vínculos comunicativos mediante la música de la voz, le susurra arrullos con voz suave para crear intimidad, lo acaricia haciéndolo vivir primas de placer por medio de cuidados corporales” (Cabrejo, 2020) que le marcarán su vida para siempre.
Pues, estos modelos de contacto psíquico, si se mantienen permanentemente con la otredad, harán de ese ser humano un ente de bien. De ahí que, un buen docente, una buena amistad, un excelente profesional y, ante todo, el contacto con la otredad de ese lenguaje único, especial, armónico, cargado de sabiduría, de luces y de un conocimiento tan lúcido para orientarse en la vida está en el modelo exclusivo de la palabra escrita que tiene todo texto en el campo de la ciencia, del humanismo, del arte y de la literatura, en especial, para robustecer nuestra psiquis, ante todo porque, tal como lo sostiene Genevière Patte, “es en torno a textos muy bellos como uno se encuentra. Es importante compartirlos. La calidad es para todos. Para ello, muchos de nosotros necesitamos mediación; una mediación respetuosa de cada uno, de su individualidad; que haga hincapié en la literatura y en su relación con la vida” (2011), porque esos modelos de escritura siempre nos permitirán pensar mejor.